Novelista, articulista, guionista, bajo el seudónimo de
Dylan D. Doe
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Nací hace ya tiempo (demasiado para mi gusto), en una ciudad pequeña del interior de Catalunya, perteneciente a la provincia de Barcelona. Y bastaron unos pocos años de vida para intuir que algo —algo peculiar— ocurría en mi interior. De la intuición a la constatación, hubo un paso.
Dentro de mí se extendía un mundo… distinto. No vacilé ni demoré mi primera incursión. Y hasta hoy.
En adelante, excursiones diarias, que afrontaba con interés, sin miedo, aunque con algo de prudencia, y, sobre todo, con entusiasmo.
Porque era entusiasmante. Lo que se hallaba dentro era tan ignoto como estimulante. Lo cierto es que no había nada, y a la vez todo. Era como un solar vacío, en el que se podía edificar con libertad. Lo que a uno le placiera, y resultaba que yo era el constructor. El único.
Como una libreta en blanco, en cuyas páginas se podían escribir las historias que me apetecieran, dándoles la forma, sentido y duración que quisiera. Y, por extensión, dotarlas de vida: insertar personajes; los que me dieran la gana. Y lo más fascinante, y a la vez trascendente de todo, es que resultó que yo tenía la facultad y el ingenio suficientes como para edificar, o escribir, sin límites. No era un terreno delimitado.
Crear, en una palabra. Ya en mi infancia me dediqué a crear, a levantar edificios, a escribir historias. Y hasta hoy…
Algunas de las historias que precisamente hoy convierto en novelas, o en relatos, tienen su origen en mi lejana infancia.
Lo del mundo interior, ¿eh? Que manido. Suena bastante tópico, pero así fue.
La infancia avanzaba de igual modo que crece un bloque de viviendas, o se construye un majestuoso castillo. Y su progreso me llevó a descubrir algo más. Resultó que existía un modo infalible para ampliar ese mundo interior —que en adelante llamaré de fantasía—: leyendo. Aficionarme de bien pequeño a los libros me sirvió para averiguarlo. Lo que en ellos se narraba no dejaba de ser una copia —puede que incluso una competencia— del mundo de fantasía al que yo tenía acceso. Una copia buena, genuina, valga aclarar.
Bien pronto intuí que aquello pudiera ser una suerte de don, o habilidad innata, y que era un privilegiado por poseerlo. Aunque no fue hasta superada la adolescencia cuando lo confirmé. (Y también que incorporaba algunas cosas malas… pero eso es otra historia).
Leía principalmente tebeos. Los dibujos de sus páginas, y las palabras escritas dentro de los bocadillos que salían de la boca de los personajes y flotaban sobre sus cabezas, me evocaban otras historias: historias paralelas de mi cosecha. Es decir que la lectura estimulaba enormemente mi creatividad (igual que en la actualidad), produciendo en mi imaginación historias que enseguida insertaría en el solar de mi mundo de fantasía. Y no podía parar (ni de leer ni de crear).
Más adelante pasé a las novelas (conociendo a varios autores, no obstante priorizando a uno: Stephen King —a quien sigo acudiendo con asiduidad, y quien más me ha influido—), y pasó lo mismo. La incursión en el maravilloso universo del cine creó el mismo efecto.
Con todo, era genial. No ideal pero muy bueno.
Lo que ocurría era que aquel mundo de fantasía, obviamente, no era real. Podía ser muchas cosas: un reino, un hogar, un refugio, una ciudad, un pueblo, una casa, un prado, y habitado por el ser humano que quisiera, peor no era real. El que sí era real era el que se hallaba al otro lado, el que habitaba junto a mi familia, mis amigos del colegio, mis vecinos, etcétera.
Y ese mundo real, habitado por personas reales, era el que dictaba las normas. Y al que había que entregarse.
Ganó, o se impuso. Crecí, y me entregué a sus condiciones, y condicionantes.
Tópicos 2 – originalidad 0.
Ganó —una victoria aplastante, valga decir en su favor—. Pero el mundo fantasía no cerró sus puertas, ni yo lo abandoné. Lo visitaba con religiosa regularidad, y lo que empezó como un páramo yermo, fue derivando en un un planeta en sí mismo. Extenso en lo material, y ocupado por amalgama de civilizaciones. Un mundo en permanente crecimiento, del que no se atisbaba el fin.
Yo crecía, evolucionaba, y ese mundo conmigo.
El mundo real y el de ficción compartían una particularidad, ninguno era perfecto, y se diferenciaban por muchas cosas, algunas perturbadoras. En el primero, lo edificado, lo escrito, normalmente era inamovible, o de muy compleja modificación. Es decir que en general, seguías adelante con las decisiones tomadas. En el segundo, en cambio, podía acostarme habiendo terminado una trama, y al despertar borrarla. El primero estaba sujeto a normas, leyes, costumbres, protocolos, y sus opciones eran finitas. En el segundo… reinaba el libre albedrío. Las posibilidades eran interminables, y tan dúctiles como la plastilina más maleable.
En definitiva, este segundo era un caos… maravilloso. El primero era un caos estructurado.
¿Listos para el tercer tópico? Ahí va:
Como decía, ese mundo de fantasía me acompañaba allá donde fuera, y lo siguió haciendo durante los años que intenté, consiguiéndolo o no, labrarme una vida en el encorsetado mundo real. No recuerdo un solo día de mi vida en el que no entrara, al menos para una visita rápida, a mi mundo de fantasía. Era como un terrateniente celoso de sus dominios. Dominios en imparable desarrollo, crecimiento.
Ni mi carrera como informático (sí, amigos; informático), ni el intento por ser publicista, precedido por la consecución de la correspondiente carrera universitaria, me disuadieron o distrajeron de lo que de verdad me interesaba: todo lo que seguía ocurriendo en ese mundo de fantasía. Allí la vida seguía su propio curso, incorporando historias y personajes, ajeno a todo lo demás.
Ocurrieron tantas cosas dentro, tantas, que sería imposible enumerarlas.
E innecesario hacerlo.
No es el lugar ni el momento de explayarme en este sentido. No obstante me ha parecido oportuno dar unas pinceladas de mi biografía , pues de este modo se entenderá porque me dedico a esto.
Sería mentir decir que llevo escribiendo desde niño. Sería inexacto decir que lo llevo haciendo desde la juventud. Sim embargo sería es correcto decir que siempre lo he hecho. Con más o menos dedicación, alternándolo en el tiempo, desde siempre he intentado extrapolar mis ideas a un formato externo. Al principio fue mediante una vieja máquina de escribir, y luego haciendo uso de ordenadores (nunca he sido tan purista como para escribir a mano). La entrega plena a tal maravilloso oficio no se dio hasta muchos años después de que pensara que debería hacerlo… y mientras escribo estas líneas y lo rememoro, me arrepiento. Pero así es la vida, y como reza el popular refrán: nunca es tarde…
Hasta mayo de 2019 no di el paso. Dejé atrás la vida que llevaba, casi todo lo que se circunscribía a ella, reuní el valor, y aquí estoy.
Un cliché en sí mismo.
Como escritor me avalan decenas de relatos cortos, un sinfín de artículos, y, sobre todo, la consumación de, hasta la fecha, cuatro novelas largas. La primera la concluí en 2021, y se titula <<La rueda de molino>>. En 2022 terminé la segunda, <<Sujeto 0>>. En 2023 vio la luz <<La madre nodriza>>, y en 2024 <<La culpa de los inocentes>>.
En el horizonte se vislumbran un par más, cuyos bosquejos ya están listos, y más allá de la lontananza, no existe fin.
La buena noticia que extraigo de haber aplazado tanto la práctica a jornada completa de mi vocación es que por lo menos tengo material acumulado… de sobras como para escribir el resto de mi vida, y dos reencarnaciones. Pues, como reza otro viejo refrán: tal sembrarás, tal recogerás.
Incluso podría rescatar otra lectura positiva: considero que a diferencia de antes, ahora poseo la madurez y experiencia suficientes como para escribir sin complejos, ni tapujos, sin miedos, historias y personajes que poseen fuerza, credibilidad.
En esta misma pestaña de <bio> hallarán el submenú <obras>. Si entran podrán leer las primeras páginas de mis novelas.
Por otor lado, en la pestaña <blog> accederán ustedes a mis artículos. Los publico semanalmente, en ellos hablo de distintos temas, mediante la reflexión o el análisis, y se los recomiendo encarecidamente (claro, qué voy a hacer).
Y ya está. Si les he persuadido, y optan por leerme, permítanme un último apunte. No les solucionaré sus problemas, ni les descubriré ninguna receta mágica de la felicidad, pero me aventuro a pronosticar que en este minúsculo planeta flotando en medio del insondable universo de internet, si se detienen un rato en él, una parada técnica para reposar, hallarán distracción, y con un poco de suerte, disfrute.
No cierren al salir; de entrada están todos invitados.
Gracias, y bienvenidos.