Luz y tinieblas

(IX) Aglomeración (parte primera)

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¿Han consultado últimamente el crecimiento demográfico? Supongo que no; tendrán cosas mejores que hacer. Pero también supongo que están al corriente de cómo se está superpoblando nuestro planeta.
En cualquier caso, tanto si están al día como si no, les invito a echarle un vistazo (pues la actualización es constante): www.worldometers.info/es

¿No les parece alucinante, como de película de ciencia ficción?

¿Son ciertos los datos que arroja esa web de referencia? Sí y no… supongo. No pueden ser rigurosos, digo yo, aunque seguro que sí bastante aproximados. En todo caso, datos, cifras que ponen de manifiesto lo obvio: cada día, cada minuto, somos más.

En 1900 poblaban la bola del mundo unos mil seiscientos millones; en 1960 tres mil millones; a finales de siglo, algo más de seis mil millones. Y en 2022 se rebasó la barrera de los ocho mil millones de almas. Y apenas un par de años después, ya somos ciento setenta y siete mil más (a fecha de marzo de 2025). Ciento setenta y siete mil: dicho así parece poco, pero ese número equivale al tamaño de una ciudad mediana en España.

¡Ocho mil millones! Pensemos un segundo en ello.

¿No les ha pasado nunca que se impacientan mientras hacen cola para llegar al mostrador de pago de la tienda de ropa en la que acaban de comprar, o haciendo cola para subir al autobús, o cuándo las personas que tenemos delante avanzan a paso de tortuga, destino al mostrador del restaurante de comida rápida donde el/la empleado/a anotará nuestra comanda? ¿No se impacientan cuándo tienen que esperar a que una mesa del restaurante quede vacía, o cuándo hay que aguardar a que una multitud entre antes que nosotros al recinto donde en unos minutos actuará la banda que queremos ver? ¿O para acceder a la sala del cine? ¿O cuándo…?

Siempre hay que esperar; siempre hay cola, en todos lados, a todas horas. Pero claro… ¡ocho mil millones! ¡Cómo no vamos a tener que esperar!, Dios mío, si el planeta está saturado de gente. Y todos tienen hambre, o compran, o quieren ir a conciertos, o a ver una película en pantalla grande. O…

¿Alguna vez los han contado? Yo sí, lo confieso. Uno, dos, tres… —ladeo el cuerpo, estiro el cuello—… diez, once personas antes que yo… para pagar este pantalón que tanto me ha costado escoger, y que en realidad no estoy seguro de que me guste.

¿Cuánta gente hay antes que yo para pedir comida? ¿Va a quedar cuando yo llegue? Tengo hambre.

¿Habrá sitio en el autobús, o tendré que irme a pie? ¡No puedo ir a pie!

¿Vamos a caber todos en ese recinto, o estadio, o pabellón? Parecemos muchos.

Diez personas delante nuestro. O veinte. Treinta. Y nos parecen multitud. Vamos a cualquier bar, o local, al gimnasio, al supermercado… y está atestado. Pues es una representación minúscula, ínfima, insignificante del global.

¿Y en la calle? ¿Eh? ¿Dónde viven? ¿En una gran ciudad? ¿En una mediana? ¿En un pueblo grande? ¿En uno de pequeño? Cualquier que sea la respuesta, ¿no hay mucha gente viviendo ahí? ¿No tienen la sensación de que incluso hay demasiada?

A excepción de aquellos que habiten en localidades remotas, o de aquellos con espíritu eremita que hayan optado por instalarse en medio de la nada de un monte, todo está atestado de gente. Y las ciudades, los pueblos, los barrios, no dejan de crecer…

Mi propio testimonio: siempre cuento la anécdota (siempre que lo rememoro; no me levanto por la mañana con el propósito de propagarlo a los cuatro vientos) de la ocasión, hace ya algunos años, en la que, paseando por la Rambla de Barcelona, de repente tomé conciencia de que estaba atrapado, rodeado de gente, conformando una masa compacta de cuerpos apretujados. Severas dificultadas para moverme, y encontrar un hueco entre esos cuerpos por el que escabullirme, no fue tarea sencilla.

Ocho mil millones. En serio, piénsenlo.

No me extraña que haya lugares tan concurridos, o que cueste tanto encontrar aparcamiento…

Ocho mil millones de seres humanos (8.000.000.000). ¿Dónde se meten? A veces me imagino países ficticios que rebosan personas. Caen al océano por ausencia de espacio.

En fin. Esa es la realidad, y habrá que acostumbrarse. Todo tenemos el mismo derecho a estar aquí, ¿no?

El problema (no sé si llamarlo <problema> es justo o correcto, pero a falta de una palabra mejor, lo dejaré así) de fondo, que subyace, es que todas y cada una de esas personas… tienen necesidades. En los cinco niveles de Maslow. Pero no estoy aquí disertar sobre su célebre pirámide. Escalemos directamente al pico, que es lo que me interesa en este escrito.

Siendo así, obligatoria y desgraciadamente debo excluir a los países comprendidos dentro del denominado Tercer Mundo, pues la pobre gente que los habita bastante tiene con sobrevivir, comer y resguardarse del frío como para pensar en cuotas mayores. Pero en cambio, en los países desarrollados, cualquier hijo de vecino aspira a llegar a la cima de esa pirámide. Y no para hacer turismo, sino para asentarse.

“Autorealización”. “Motivación de crecimiento” o “necesidad de ser”, términos acuñados por el propio Maslow. En otras palabras: cumplir nuestros sueños. U objetivos, para los más terrenales.

Claro que sí. Es natural. ¿Y quién no aspira, en este mundo moderno, plagado de opciones variopintas, a cumplir sus sueños/objetivos/retos?  ¿Quién no aspira, en definitiva, a una vida mejor, más acomodada? Es completamente lógico y lícito. Todos (o casi todos) ambicionamos avances, mejoras… posicionamiento social.  

Desde tiempos inmemoriales, el ser humano se ha movilizado empujado por el deseo de tener más y mejor. O de ser alguien… destacado. En otras épocas quizá bastaba con poder (siendo un emperador o un rey). Y en tiempos posteriores tal vez bastaba con poseer fortunas, o patrimonio, por extensión prestigio. Hoy es bastante similar, aunque con algunas diferencias destacables… y no olviden la cifra. No la olviden en todo este breve viaje.

La aspiración de Ser y/o Poseer: las dos patas sobre las que sustenta la naturaleza humana (socialmente conocido como ambición… o codicia). Dos conceptos que a menudo van de la mano, pues suelen ser consecuencia uno del otro.

Pensemos en personajes históricos. ¿Quiénes les vienen a la mente? A mí, a botepronto, Julio Cesar; Alejandro Magno; Platón; Shakespeare; Colón; Gengis Khan; Newton, Mozart, Descartes, Gandhi, Beethoven, Cervantes, Julio Verne… Un popurrí de nombres que poco o nada tienen que ver entre ellos —la lista completa sería inmensa—, todos, no obstante, con el denominado común de que <Fueron> o <Poseyeron>, o ambos.  

Un popurrí de nombres, y de épocas, pues da igual el siglo que exploremos; en todos encontraremos personajes relevantes. Y, sin entrar en valoraciones morales acerca de los actos históricos protagonizados por algunos de ellos, todos perseguían el deseo, simple o compuesto, de Ser y/o Poseer. A veces por causas nobles, a veces por vileza, todos querían Ser alguien, y/o Poseer algo.  

Si entre el puñado de personas que habitaban el planeta en el siglo V d.C. (unos 200.000 millones) emergía un señor llamado Atila, un bárbaro sediento de conquista, comandando el ejército de los Hunos, y le daba por arrasar pueblos y ciudades, y asesinar sin piedad a quien osara cruzarse en su camino, bueno, qué terrible desgracia, y qué terrible contratiempo para las aspiraciones de supervivencia de sus inocentes víctimas, pero por lo menos, la buena noticia (siempre hay que buscarle la parte buena a las cosas, ¿no?) era que, en paralelo, no habría otro como él. O al menos no era probable. Entre una paupérrima población de apenas dos centenares de millones… era posible, pero no probable.

No habría otro como él. Al menos contemporáneamente.

De ahí su repercusión (sumado a sus actos), y que su figura trascendiera a los siglos, siendo su actividad, herencia cultural mil quinientos años después.

Es solo un ejemplo, el que se me ha ocurrido. Personajes tiránicos los tenemos a mansalva.

Pero saltemos al otro extremo. Leonardo da Vinci, Van Gogh, o —los he mencionado antes— Shakespeare, o Mozart. Siglos después aún seguimos leyendo sus obras, e interpretándolas en teatro, o escuchando y deleitándonos con sus sinfonías, o admirando los cuadros del genial pintor, o maravillándonos con los revolucionarios inventos del polifacético italiano renacentista… en cualquiera de esos casos —y aplicable a tantos y tantos otros personajes de tamaña influencia cultural—, mamando de su legado: otra herencia cultural, en este caso buena… y que pasa de generación en generación.

Ahora avancemos la cinta de la Historia. Hasta el final (final provisional, claro): hasta la actualidad.

Hay grandes similitudes con el ayer, ¿no creen? Siguen existiendo individuos que destacan en todos los ámbitos; artístico, político, científico, tecnológico… —incluso los sigue habiendo, como antaño, que, ávidos de poder, proclaman guerras por afán conquistador o subyugante, o reprochables sujetos que intercambiaran con el diablo su alma por reconocimiento—, aunque, por otro lado, como decía, existen hoy diferencias notables con el ayer. La mayoría circunscritas a las formas de proceder, sujetas estas a las leyes, ordenanzas, normas, códigos de conducta del mundo civilizado actual. Es decir, que hoy, en general, tienes que seguir unas pautas, y cumplir unos requisitos, y recorrer un metafórico camino para llegar a destino. No hay atajos, como quizá los había en el pasado, y la repercusión de nuestros logros (de haberlos), se cocerá a fuego lento. (A Dios gracias, porque de lo contrario, de no existir leyes y derechos humanos universales, creo que muchos no tendrían demasiados reparos en recurrir a las más infames artes con tal de salirse con la suya —de hecho ocurre—).

También en lo concerniente a la ambición las cosas han cambiado. Esta se ha diluido. No son pocos los que se conforman con conquistar un modesto lugar intermedio en el escalafón social. De lo contrario, si su ambición supura, pueden verse abocados a un fracaso terrible, y con el irreparable daño asociado de haber consumido su vida en el intento.

Una más (quizá la más reseñable); la que hace referencia a las dificultades inherentes al mundo moderno: dificultades sociales, económicas, temporales incluso, pero sobre todo de competitividad, y que torpedean el deseo de Ser o Poseer de muchos.

Me aventuro a suponer que cualquiera que forme parte del grupo social mayoritario, estará de acuerdo conmigo —pues, más que una opinión, es una certeza—…, y deducirá, o sabrá de primera mano, que para llegar a cumplir sus sueños, u objetivos… como mínimo las pasará canutas.

Pero esas diferencias quedan eclipsadas por la que es la Madre de todas las diferencias; la que hace referencia a la cantidad.

Aún quedan vivos ilustres personajes que en el anterior siglo desempeñaron un papel importante en sus respectivos ámbitos, dándose a conocer mundialmente. Su impronta sigue vigente hoy. Ahora pienso sobre todo en individuos vinculados con el mundo artístico: personalidades de edades ya provectas, los que se podrían considerar como los últimos integrantes de <<La Última Oleada de Personajes Insignes>>… porque, precisamente hablando de Historia, eso ya es Historia.

¿Han puesto la tele últimamente? Ya no es tan habitual en las casas la presencia de este medio de comunicación y entretenimiento, otrora el principal —casi único— sistema de información. OK, pues, ¿han merodeado por Internet en los últimos días, u horas (ahora, mientras leen esto, quizá)? Quién no, ¿verdad? La mayoría.

¿Han frecuentado Youtube, o Instagram, últimamente? ¿Han destinado un tiempo a perderlo alternando la consulta de vídeos cortos, o deslizando con el dedo hacia abajo la sucesión de reels que el algoritmo nos va brindando?

Sí, ¿no?

Entonces se habrán percatado de la cantidad ingente de personas que pugnan por un puesto en las redes sociales… por extensión, por un puesto en el mundo. Un puesto relevante. Músicos, escritores, actores, influencers, creadores de contenido (este epígrafe comprende tal caudal de categorías que me abruma), etcétera. La oferta es extensa. Muy extensa.

Una avalancha de aspirantes a algo: aspirantes a Ser, y/o a Poseer.

Como antaño.

Y como seguirá pasando en el futuro. La ambición es indisociable de la naturaleza y comportamiento humanos.

Todos tienen algo que decir, algo que aportar, que mostrar. Todos tienen necesidades en lo más alto de la pirámide. Cuando eran dos cientos millones, o mil millones, y se alumbraban y cocinaban con fuego, o estaban constantemente enredados en conflictos bélicos, algunos sobresalían, posicionándose como adalides de una causa. Y hallaban el camino, si no expedito, casi. Cuando se trataba de conformar un ejército, o cuando se trataba de descubrir la penicilina, o teorizar sobre la Relatividad… o sentarse frente a un piano para crear las piezas cumbres de la música, se toparían con arduas dificultades, claro, por supuesto (por muy genios que fueran algunos, nadie les eximía de sacrificio), pero, por lo menos, la buena noticia, para ellos, es que no encontrarían tanta competencia. No encontrarían una competencia feroz, despiadada y masiva.

¿Han consultado últimamente el crecimiento demográfico… que acontece en los medios de comunicación y/o redes sociales? El crecimiento demográfico de… de… aspirantes a Ser y/o a Poseer? Avanzan en tropel por una carretera ancha, aunque demasiado estrecha para darles cabida a todos. Sus presencias conforman una verdadera aglomeración.  

Decenas, centenares de aspirantes a escritor/a, a músico, a actor/actriz, a influencer, a creador/a de contenido…

¿Hay alguien que les llame especialmente la atención? Pues prueben esto: cambien de canal. Ahí hay otro, siendo entrevistado en ese otro programa de televisión. Mejor aún: continúen consultando vídeos cortos en Youtube. Ahí hay otro que se dedica a lo mismo. Otro más por ahí. Otro…

Sigan deslizando hacia abajo la pantalla del móvil con el dedo. Ahí otro. Otro más…

¿Cuántos hay delante? Uno, dos, tres… nueve, diez… veinte… treinta… ¿Cuántos somos haciendo cola…?

…Condicionados por la cantidad, compitiendo legítimamente (a veces honradamente, a veces no) por un puesto para Ser, o Poseer. Compitiendo legítimamente, pugnando con las dificultades, conformando una hermandad de iguales, que a la vez se zancadillean unos a otros…

Condicionados por la cantidad…

…Y por la volatilidad.

¿Cómo se llamaba aquel/aquella cantante que vi ayer? No lo recuerdo… pero no importa… Ahí hay otro/a.

Uno, dos, tres… nueve, diez… veinte… treinta más.

¡Ocho mil millones!

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Dylan D. Doe

Guionista. Articulista. Novelista. Superviviente.

"La derrota tiene algo positivo: nunca es definitiva.
En cambio, la victoria tiene algo negativo: jamás es definitva."
- José Saramago

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