Luz y tinieblas
(I) Gracias
Al pasado es adonde quisiera dirigirme para empezar. No es fácil, pues varios pasajes del mismo aparecen bastante borrosos: el pasado es como una carretera secundaria abandonada, maltrecha donde ahora crecen matojos entre las grietas en el asfalto, producidas estas por el corrosivo paso del tiempo, y donde solo algunos tramos permanecen en aceptable estado de conservación.
(Aunque quizá mejor así. Quizá mejor no recordar los detalles).
Quisiera asimismo iniciar este blog con esta primera publicación, dedicada a los agradecimientos.
Empecemos pues.
Gracias, calurosas, a todas aquellas empresas —situándonos cronológicamente entre el final del siglo XX y el principio del XXI— que me contrataron… y luego me echaron. Empresas de distintas envergaduras —desde pequeños negocios familiares, pasando por pymes y llegando incluso hasta a alguna filial de multinacional— y ramos.
Empresas, muchas de ellas, que pagaban un dignísimo raquítico jornal, y se pasaban los derechos laborales (en especial los relacionados con la seguridad) por el Arco del Triunfo.
Gracias.
Gracias, un poco más tarde, a empresas y autónomos del sector de la informática. En este punto, y transitando por esa carretera maltrecha (y oscura, para añadirle más elementos dramáticos), gracias destacadas por las promesas de contratación que no se materializaron. Por las modificaciones imprevistas de contrato, o de condiciones, cuando sí me contrataban. Por las nulas aspiraciones de promoción (enmascarada su nulidad en alentadoras y sofisticadas promesas bajo el enunciado: Ya veremos). Por el arrinconamiento profesional, y por el relativamente frecuente trato discriminatorio en base a la edad, y del cual subyace el motivo principal o único para mantener tales fantásticas condiciones laborales: la inexperiencia.
Gracias de corazón.
También para las empresas de trabajo temporal (ETT), maravilloso invento, y por la impecable labor, trato excelso, grandilocuente retórica e increíbles oportunidades laborales ofrecidas por los sucesivos departamentos de RRHH. Siempre tuve la sensación, y con ella me quedé, de que debía estar entera y eternamente agradecido por las inmejorables condiciones de precariedad con las que salía de alguna de sus oficinas. Pues, aunque sea con años de retraso, décadas, ahí va: ¡muchas gracias!
Y en un futuro de ese pasado, cuando más sinuosa, deteriorada y oscura era esa carretera, y de pendiente ascendente, reaparecieron. Y, en coalición con agencias de publicidad y marketing, perpetuaron los noes frente a una posible contratación.
Gracias. Gracias.
Una mención aparte y destacada para aquellas seudoagencias de publicidad, de ámbito local, pero con delirios de grandeza, de estética cutre, trato, a lo sumo cordial —en ocasiones en la frontera de la hostilidad inicial—, que sin embargo se posicionaban como adalides del sector, y te posicionaban a ti, de facto, como un auténtico privilegiado por el mero hecho de traspasar el umbral de sus… locales. Y no quisiera olvidarme de aquellos entramados empresariales, quienes, para resumir, superada su formal exposición (y larga y densa), te pedían dinero (o en su argot, <<una inversión>>) para trabajar.
Gracias, y un aplauso para ellas.
Mi especial agradecimiento para tales sectores, y mi admiración por sus depuradas técnicas de hipnosis, con las cuales lograban convencerte, o casi, de que vender alarmas puerta a puerta, o hacer llamadas indiscriminadas para ofrecer productos no solicitados eran la cúspide del sector del marketing.
Gracias y gracias.
Gracias también para las escuelas de formación que te pedían pequeñas fortunas a cambio de títulos que quedaban preciosos enmarcados y colgados en la pared. Titulaciones majestuosas que iban a abrirte las puertas del edén.
Avanzando por esa carretera cada vez menos practicable (le añadiremos <<solitaria>> y <<perdida en mitad de ninguna parte>> para mayor dramatismo narrativo) no quisiera olvidarme —rozando la línea temporal de ese pasado, un presente algo lejano— de empresas de distintos ámbitos, pero con el nexo de unión de estar relacionadas con el mundo de la escritura y/o la comunicación, quienes rechazaban mi candidatura mediante floridos textos muy educados, altamente probable, fabricados mediante una plantilla estándar.
Gracias también a ellos.
Gracias, también, a quienes se me hayan podido olvidar. Cualquiera que considere ser merecedor de mi modesto, aunque afectuoso agradecimiento, lo recibe en este párrafo.
Gracias, millones de gracias, en definitiva, al conjunto del tejido empresarial. Personas, físicas y jurídicas, quienes, durante un periplo de unos veinte años, se abonaron al rechazo mediante una premisa que se convirtió en lema: <<No tienes experiencia>>. O, en su versión más conciliadora: <<Vaya por Dios. Está todo muy bien, pero quizá te falta algo de experiencia>>. Había más versiones, y otros argumentos, pero ese destacaba por encima del resto; ese se comía a los otros.
Gracias. Gracias por ponerlo tan fácil, ser tan empáticos y considerados. Sumamente agradecido por todo… Pero no estén tristes por mí, pues es culpa mía.
Por mi inoperancia, supongo que inocencia, y por no escuchar.
Y eso que me lo decían, a menudo. En ocasiones camuflado bajo buenas palabras, con una entonación apropiada, condescendientes. Otras sin tapujos; con la severidad propia de un progenitor duro pero cariñoso. ¿Y quiénes eran esos buenos samaritanos?
Les llamaré <<Los Seres Guía>>. Proliferaban. Estaban en casi cada curva de ese, a veces sinuoso camino, y te instaban, u obligaban a parar. Y parabas. Y bajabas la ventanilla. Y entonces se apresuraban en darte pequeñas grandes lecciones. Perlas de sabiduría proverbiales.
Las había para todos los gustos. Las acusadoras: <<Lo estás haciendo mal>>. Las aleccionadoras: <<Lo qué tienes que hacer es…>>. Las insinuantes: <<No es fácil para nadie, pero vamos; tampoco es taaaaan difícil>>, o, <<bueno, si no quieres…>>. Las de advertencia: <<Como sigas por este camino, veras el día de mañana>>, o <<cuidado por ese camino; no vas a conseguir nada>>.
Algunas de las mejores eran aquellas que incorporaban varias dosis de agresividad: <<¡Hay que moverse! ¡Si no te mueves no conseguirás nada!>>. Las apremiantes: <<¡Date prisa! ¿A qué esperas?>>. Y mis dos preferidas, las que incorporaban un poco de todo lo mencionado: <<¡Ponte las pilas!>>. Y la mejor: <<¡Trabaja!>>.
Premio a la concisión, a la clarividencia y, sobre todo, a la lucidez.
Pero yo, obtuso de mí, imbécil de mí, subía la ventanilla y retomaba mi camino, sin atender a tales palabras, recomendaciones o lecciones.
Que idiota fui al haber despreciado tantas aportaciones no solicitadas, recargadas de superioridad moral, inspiradas en la experiencia personal del sujeto de turno, que en tantas ocasiones se ponía de ejemplo de éxito en detrimento de mi fracaso. Es de una incompetencia supina por mi parte no haber hecho caso a lo que me decían, con tan buena voluntad, y subordinado al extenso conocimiento que ellos tenían de las realidades ajenas.
¡¿Cómo demonios no se me ocurrió moverme y hacer algo?! ¡¿Cómo es posible?!
En definitiva, en resumen y en conclusión, lo dicho: fue culpa mía que me embarrancara en ese camino, por el que transitamos todos. Si en su momento no conseguí lo que otros, insisto: es exclusivamente culpa mía.
No obstante, gracias.
Gracias por intentar guiarme, potenciando mi autoestima, ensalzando mis esfuerzos y reforzando mi esperanza y motivación, e, implícita o explícitamente, señalándome como culpable, o responsable de mi propio colapso.
Gracias, muchas gracias, pues ello me ha llevado aquí. A hoy. A ahora. Donde la carretera sigue…
Y ahora, en la actualidad, siguiendo camino por esa carretera cuyo tramo actual es llano, recto, de asfalto nuevo, bien delimitado por las correspondientes líneas divisoras de la vía, perfectamente iluminado mediante potentes farolas, sin peligros a la vista, lo cual convierte la conducción en un gozo, quisiera seguir con los agradecimientos (al fin y al cabo es el leitmotiv de este primer artículo).
Agradecimientos para todas aquellas personas que en el presente me dan ánimos en este arduo, sacrificado, largo, incierto y solitario, y fantasioso propósito de ser novelista.
Me fascina comprobar cómo hay cosas en el mundo, ciertos comportamientos sociales, que no cambian nunca. O muy poco. Me maravillo al comprobar cómo la gente sigue tan interesada en señalizar la dirección correcta para los demás, dando pautas, exponiendo las verdades objetivas y absolutas, alertando, corrigiendo si se tercia y, en definitiva, guiando.
Y yo, que ahora soy solo un poquito menos estúpido, sé valorarlo. Seguro que no en su justa medida, pero un poco al menos. Me congratulo al comprender que soy un privilegiado por recibir tales… indicaciones. Que agradable es, que balsámico resulta el sacrificio, la perseverancia, la gestión imperecedera de la frustración, el mantener el equilibrio en el fino alambre para no caer en la desesperación, el cuello erguido para fingir entereza… siendo asistido por coordenadas de actuación (otrora llamadas <<perlas de sabiduría>>).
Las hay, de nuevo, para todos los gustos, y son cortesía, de nuevo, de unos inestimables individuos a los que, de nuevo llamaré <<Los Seres Guía>>. El grupo principal, el Gran Grupo lo componen los <<Adultos Expertos>>, aquellos que saben muy bien de qué va esto, y no dicen nada. Solo te sonríen cuando les cuentas tu objetivo. El subtexto se me antoja evidente: <<Ya, ya; pobre iluso. Ya se te pasará>>. Proliferan como hongos tras unas lluvias torrenciales de otoño.
Unos pocos tiene la virtud de ir un poco más allá, pero desgraciadamente abundan menos. Por ejemplo los <<Sorprendidos>>, que a su vez buscan que recapacites, pues el diagnóstico más plausible es que te has dado un terrible golpe en la cabeza que te ha dejado medio chalado: <<¡Guau! ¿Estás seguro? No deberías…>>. Los <<Sorprendidos de Grado Dos>>, que buscan la concordia, pero sin olvidar que te has dado una hostia en la cabeza de proporciones bíblicas: <<Está muy bien, pero eso es muy difícil, ¿no? ¿Y qué tal si…?>>.
En esta línea se me ocurre un grupo que es de mis predilectos: los <<Correctores de Ideas Suicidas>>. Sueltan lindezas del estilo: <<No pero eso… Eso…, como hobby está muy bien, pero eso no te va a llevar a ningún lado>>. Los <<Correctores de Ideas Suicidas>>, que pasan directamente a la acción, dándote instrucciones. No tienen tiempo que perder, pues están muy ocupados trabajando. Trabajando de verdad: <<Olvídalo. Esas cosas no se dan. Hay que trabajar>>.
Y, en esta línea, otro de mis grupos preferidos: los <<Sabios>>. Dicen: <<Eso es un sueño. Pero no es realista>>. O: <<Esas son el tipo de cosas que la pasan a los demás (no a ti, mindundi)>>. Debatir con los miembros de este grupo me resulta especialmente inspirador. El total de los que tiene algún vínculo con el sector asciende a cero. No obstante, conocen las interioridades. (¿Dónde hay que ir para tener un conocimiento tan amplio de la vida? ¿Dan cursillos? Me interesa).
En esta categoría debería incluir a una subdivisión que también me gusta mucho, y que constituyen un clásico: los <<Aleccionadores>>. Su enunciado fundamental suele ser: <<Lo estás haciendo mal (otro clásico genérico)>>, y a partir de ahí, su repertorio es variado: <<Deberías hacer esto, aquello o lo de más allá>>. También son individuos estrechamente vinculados con el sector… por la parte de los cojones.
Un grupo menor, pero no por ello menos importante, es el que comprende a los <<Correctores>>. Tú propones: <<Estoy haciendo esto, y aquello>>, y ellos disponen: <<No. Tienes que hacer aquello, y aquello otro>>.
Los <<Impacientes>> (porque les duele ver como otro de su especie malgasta su vida en idioteces): <<Ya. Pero, ¿y qué estás haciendo? ¿Te estás moviendo?>>. Suelen ser primos hermanos de los <<Aleccionadores>>. <<Claro. Claro que no sale. Porque tienes que hacer esto, y aquello, y lo de más allá…>>.
Los <<Condescendientes>> (ángeles celestiales que buscan guiarte pero sin herirte): <<¡Oh! ¡Escritor! ¡Qué guay! Pero eso es muy difícil, ¿no?>>. O: <<Tu vocación y tu pasión. Ya, ya. Y no tienes porque dejarlo nunca>>.
Hay una subespecie exótica que también me gusta mucho: <<!Qué guay! Pero, ¿no eres demasiado mayor para eso?>>.
Pero todo esto es solo un aperitivo comparado con los que de verdad te ayudan. Los <<Advertidores>>. Suelen ser agresivos (como es natural, pues buscan tu bienestar —y que te trates el tremendo porrazo que te has dado en la cabeza—, y para ello tienen que ser duros, realistas), y su denominador común es la aspiración a que trabajes. Pero que trabajes de verdad. Su argumentario incluye un variado menú con la misma premisa: <<¿Escritor? Que guay. ¿Y de qué trabajas?>>. O: <<¿Y esperas ganarte la vida con eso? Déjate de memeces>>.
Cuando tú muestras el menor síntoma de flaqueza, no dejan que te desmorones. Ni siquiera que bajes la guardia: <<Pues si no te gusta lo que tienes, ¡trabaja!>>. Cuando tú les replicas que ya lo haces, y más de lo que nadie puede imaginar, por pura bondad, y total conocimiento, te lo rebaten, con sólidos argumentos de peso: <<No. Yo trabajo. Tú no>>.
Cuando, un profundo suspiro después, les expones lo que implica una profesión como esta, relacionada con el arte, rápidamente te corrigen, y te reeducan: <<Yo sí que estoy puteado/a. Pero claro, yo trabajo, ¿sabes?>>.
Cuando les expones que esta es mi vocación, y mi pasión, dado su elevado conocimiento de la vida, y de las realidades ajenas, y de todos los sectores profesionales, especialmente el del arte, procurando que no te estrelles contra un muro (o, siguiendo la metáfora, que te pierdas irremediablemente por esa carretera maldita y solitaria), como buenos samaritanos, levantando el pie del acelerador, o no, insistiendo en la reeducación, con gran elocuencia, sentencian: <<Está muy bien luchar por tus sueños, pero… ¡aterriza! ¡se realista!>>.
<<Trabaja>>. <<Trabaja>>. <<¡Búscate un trabajo>>. <<¡Trabaja!>>.
El subtexto me otorga una motivación desbordante: <<¿Ganas dinero? Entonces, ¿de qué coño me estás hablando?>>.
Con todo, es fabuloso hallarse solo frente a este reto, sin soporte, ni consideración ni valoración —¡incluso con cierto desprecio! (sonrisas irónicas dibujadas en los rostros de muchos de ellos, de los que de verdad se están sacrificando, ¡coño!)— pues permite que no te relajes, que no te pierdas por el sumidero de lo que te gusta, en detrimento de lo que debes hacer. Que no desperdicies tu vida con utopías, y que, por el amor de Dios, seas productivo, y útil, y ¡trabajes! (Y que visites un buen doctor para que por lo menos te mire el golpe en la cabeza).
Por tanto, gracias a todos por el aliento. Y a cualquiera que me haya podido olvidar, que me haya infundido sus ánimos de otra manera, reciben mi profundo agradecimiento aquí, en este párrafo Espero no dejarme a nadie.
Gracias a todos los que estuvieron, a los que están y a los que vendrán. Gracias por las sucesivas derrotas laborales del pasado; las sucesivas derrotas laborales posteriores; las sucesivas muestras de empatía y apoyo. Gracias a la retahíla de instrucciones, consejos u opiniones. Gracias por no dar un duro por lo que hago. Gracias por ayudarme a comprender la vida, y por señalarme el camino. Estoy seguro de que la mayoría estaréis ahí cuando aparezca el siguiente tramo penumbroso, dándome bofetones de realidad. Si yo no fuera, insisto, tan estúpido, y obtuso, y hubiera aprendido algo en todos estos años, intentaría ayudaros también, diciéndoos lo qué tenéis que hacer, y como, y cuando… Y aplaudiendo vuestra elección de vida, que es la correcta.
Bueno. Al final es una cuestión de perseverancia. De ir absorbiendo todas vuestras lecciones, para conformar la verdad. Dado que soy un poco duro de mollera, quizá tarde un poco en integrarlo.
Pero en cualquier caso, GRACIAS. Muchas gracias, pues, con la suma de todo, se ha confeccionado mi yo presente.
Gracias a todo y a todos, pues de otro modo, dudo que hubiera llegado a escribir novelas.
(Sí, lo sé: vivo muy bien, y lo que debo hacer es trabajar).
Por lo pronto lo dejo aquí.
Reitero los agradecimientos por los ánimos recibidos, la calidez humana, la consideración, la ayuda desinteresada…
Me voy, que tengo mucho trabajo… es decir, cosas que hacer.
Gracias, gracias y gracias.
E iros todos al carajo.
Bienvenidos a mi blog.
Dylan D. Doe
Guionista. Articulista. Novelista. Superviviente.
En cambio, la victoria tiene algo negativo: jamás es definitva."
Recomendado
Pedazo de primer artículo!!
Me ha encantado a la vez que inspirado, cuanta razón…
Un placer leerte!
Interesante reflexión acerca del escarnio recibido por quienes osan construir y desarrollar sus proyectos, como si después fueran a hacerse cargo de los platos rotos, pagar las costas o sanar las heridas por tomar esa carretera.