Luz y tinieblas

(III) Todo empezó con un ratón

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Si puedes soñarlo, puedes hacerlo.

        – Walt Disney

Gracias, señor Disney; lo tendré en cuenta.

Muy en cuenta.

Me acompañará como un lema, allá donde vaya.

Y si se me olvida, será accidental y circunstancial. Lo recuperaré en mi memoria, una y otra vez hasta que quede fijado en mi cerebro, en un lugar destacado de la parte delantera.

Haré ejercicios de esos de mnemotecnia. O tiraré por la vía fácil, la de repetírmelo con insistencia y sin cesar, entrenando de ese modo y por extensión, la corteza prefrontal, para que se modifique mi conducta, y personalidad, y mi memoria de trabajo, en pro de esa… pauta.

La tendré muy presente.

Cuando vengan mal dadas me aferraré a ella como el niño pequeño que se enrosca a la mano de su mamá o papá cuando el mundo le resulta demasiado hostil.

Aunque también recurriré a ella cuando las cosas vayan bien, pues a las malas me dará vigor, y a las buenas me reportará un refuerzo positivo. Al fin y al cabo, como he dicho, será un lema. Un lema de vida.  

Es obvio que será de especial utilidad en época de vacas flacas. Cuando la vida me lleve por el cauce de su voluntad, ajena a la mía, se sobreentiende, la activaré en mi mente: será como el faro que iluminaba en la profunda, solitaria e ignota noche a barcos desamparados de cualquier siglo anterior a la invención de la brújula.  

Y en época de vacas gordas me regodearé, pensando: <<¿Ves? Sí ya lo decía Walt Disney>>.

También haré proselitismo.

Lo propagaré a mi alrededor como un dogma. O como un virus. Haré bandera de ello, tanto si quieres escucharme como si no. Sin embargo, creo que me contendré; lo difundiré solo en círculos reducidos y de confianza, pues tampoco quisiera crear una hueste de creyentes, que a la postre pueden ser competencia por compartir sueños afines. Hay que ser altruista, pero no gilipollas, ¿no?

Sobre todo será para consumo propio, como el alegato que se le da a la policía cuando te pillan con  marihuana. Tiraré de ella para, como he dicho, a) motivarme o, b) resurgir.

Es buena frase, o lección. Sabia, estimulante, didáctica incluso, en el punto de equilibrio entre la ilusión fantasiosa y el realismo. Realista, pues viene avalada por alguien de tamaña categoría; alguien que lo logró (¡joder sí lo logró!).

Es, además, excelente en términos de márquetin. Un análisis publicitario le daría una valoración de 9.5/10. Siguiendo los preceptos básicos de tal noble arte, es sencilla, sin alardes, directa y apela a las emociones.

Conclusión: es infalible.

¿Lo es?

¡Claro que sí!

El señor Disney dio en el clavo, pues ¿quien no tiene sueños? Todos tenemos (bueno, en este mundo loco quizá alguien no, pero en general sí). ¿Y quién no quisiera ver cumplidos sus sueños? Sirve de muleta motivacional como cualquiera de su especie: una cita tan válida como alguna frase estupenda sacada de algún best seller de autoayuda, o dicha por algún genio del coaching. Quizá debería estar restringido su uso en el medio escrito bajo derechos de copyright, pero no quisiera dar ideas…

Si puedes soñarlo, puedes hacerlo. El espectro que cubre es enorme, puede que infinito, pues ¿dónde está el límite de los seres humanos acerca de lo que podemos soñar? ¿El límite de lo que podemos imaginar? ¿Lo hay?

La parte mala de los sueños, o de la ambición humana, es que puede ser de signo malévolo. Intenciones benévolas, de carácter personal, que buscan el bienestar propio, y cuyos daños asociados, para uno mismo o para el resto, de haberlos, son mínimos, rasguños. En ese caso todo está bien, se acepta, o es comprensible, pero, por el contrario… Sin duda no puedo calibrar hasta dónde puede llegar la maldad humana, pero, en base a lo visto en los últimos veinte siglos, me atrevo a asegurar que, en efecto, no tiene límites. Cuando se trata de vileza, el ser humano supera las más ingeniosas previsiones. En cualquier caso, me estoy desviando, pues ese no es el tema; no hoy al menos.

Si puedes soñarlo… Sin embargo, hay que ser realista, ¿no? Dentro del inmensurable mundo de los sueños, hay que conservar la cordura, seleccionando o decantándose por opciones factibles; objetivos posibles. Posibles dentro de nuestras posibilidades. A partir de ahí, que cada cual acote su terreno soñador. Todos somos lo suficientemente sensatos como para no sobrepasar la delgada raya que separa el sueño realizable del delirio. Supongo la receta consiste en rebajar un poco la ilusión, ajustándola al mundo real y a nuestra realidad. Siendo así, si tienes el tiempo suficiente, por edad, gozas de buena u óptima salud, dispones de la necesaria libertad económica y familiar, y posees unas aptitudes básicas, como paciencia, perseverancia y optimismo, escucha el legado de Disney, y llévalo contigo, usándolo como una pauta de comportamiento. O como una filosofía de vida.

Y empléalo como un mantra.

Yo lo haré. Me lo repetiré sin parar. Resonará en mi interior como el estribillo de una canción pegadiza. Si puedes soñarlo, puedes hacerlo. Si puedes soñarlo, puedes hacerlo. Si puedes…

Cuando las cosas estén verdaderamente jodidas, y el estado de ánimo sea un lastre, las expectativas quiméricas y la incertidumbre electrocutándome, lo repetiré gritando en el silencio de mi interior. Nadie va a escucharme, excepto yo… Pero yo soy el único que necesito oírlo, ¿no?

Estoy en marcha. El camino va a ser largo y tortuoso, pues, por mucho que pueda soñarlo, y por lo tanto hacerlo, nadie me va a ahorrar trabajo, sacrificio y espera. En ningún momento hemos hablado ni de facilidades ni de plazos. Y es secundario: está escrito que llegará. Llegaremos a nuestras respectivas metas. No sabemos cuándo ni en qué estado, pero sucederá. ¿No?

¡Sí, claro! ¡Si puedes soñarlo, puedes hacerlo! En momentos de máxima desesperación, y desamparo, me imaginaré gritándolo a un público entregado, en un auditorio abarrotado, gesticulando con vehemencia… (pero no mucho, porque no quiero alentar a las masas, por aquello de la competencia. Hay que ser altruista, pero no gilipollas), en un ejercicio de autoreafirmación. Como un político, cuando suelta sus peroratas.

Puede que, aun y así, las cosas se compliquen sobremanera, todo empiece a ser objetivamente irrealizable, y el tiempo consumido se acumule como una montaña de cenizas. Puede, y de hecho es probable que suceda. Posible seguro. Pero será pasajero. Seguro, y si la frase que abre este texto tuviera un subtitulo, sería: <<Aunque no será fácil, ni rápido. Ten paciencia, coño>>.

Paciencia y disciplina.

Y optimismo.

Llegará.

Nunca perdamos de vista la enseñanza de Disney. Recuperémosla de entre la montaña de recuerdos, pensamientos, fracasos, decepciones, rendiciones y tiempo invertido acumulados. Seamos positivos. Si conservamos la capacidad de soñarlo, es que es realizable.

¿Qué? ¿Acaso es utópico? No, amigos, no lo es, y no nos llevemos a engaños: no es una suerte de fraude proveniente de algún seudogurú. No. Su viabilidad está certificada por el empirismo. El señor Disney lo logró, y de un modo de esos épicos que tanto gustan, que tanto encumbran y que tanto contagian; todo empezó con el simple esbozo de un simple ratón…

Caminando por el fino alambre de la incertidumbre, la visión de la materialización de un objetivo ambicioso, será la vara de contrapeso que nos dará la estabilidad para no caer. Muy poético, incluso ñoño, pero no por ello incierto.

Pero supongamos que las cosas no salen, y no salen, y no hay manera, y siguen sin salir, y la sensación de dar un paso adelante y diez atrás empieza a ser persistente, e/o hiriente. Y el tiempo, que cunado no es un aliado, es el peor enemigo que existe, se consume sin que veamos resultados. Y el futuro, a cualquier plazo, se vislumbra negro. Y sigues persistiendo, y sigues sin ver resultados. Y con todo, llegamos a la trágica situación de que perdemos la fe. En general, y en particular en el aforismo de Disney. ¡Pues que no cunda el pánico! Hay alternativas; planes be.

El mejor es recurrir a otros casos. Ejemplos de otros seres humanos que lo han logrado. Así a botepronto: en similares condiciones de precariedad, ¿acaso no lo logró Rockefeller, o Madonna?

Antaño era difícil encontrar casos, pues, comparándolo con la actualidad, escaseaban los protagonistas, y los que había no se prodigaban en los medios. Pero, ¿hoy en día? Los casos de éxito se cuentan por centenares, historias reales para todos los gustos, con distintas particularidades, algunas tan asombrosas que ponen de manifiesto aquella otra célebre frase: <<La realidad supera la ficción>>.

¡Oh, vamos! Hoy en día, ¡si estamos a un clic de hallar una cantidad ingente de ejemplos! Y ni hace falta rebuscar. Basta con encontrar uno al azar en las redes sociales, y el solícito algoritmo se encargará de avasallarte con historias parecidas. Microrrelatos audiovisuales donde las personas que aparecerán serán los propios protagonistas —nada de testimonios de terceros (tengo un amigo, que tiene un amigo, cuyo cuñado tercero, tiene un primo octavo…)—, lo cual otorga una credibilidad total a lo que vemos y oímos. Brevísimas historias (sí, porque nuestra capacidad de atención en la actualidad es muy reducida) editadas con intención, aplicando acertados planos, y muy a menudo incorporando musiquitas evocadoras. Diversidad de testimonios, personas famosas de la categoría de Disney o Madonna, pasando por individuos de fama moderada hasta llegar a perfectos desconocidos para el público en general, que no obstante han alcanzado notoriedad en sus respectivos sectores. Muchos de los que lean estas líneas sabrán de qué hablo, y habrán visto ejemplos. Historias rocambolescas de triunfo, algunas difíciles de creer, otras como consecuencia del azar, algunas comprensibles porque son el resultado del tesón, etcétera, pero todas con el denominador común de seguir la estela del señor Disney. La estela victoriosa del señor Disney.

Múltiples formas de decir lo mismo, en múltiples escenarios, en múltiples entonaciones, y en multitud, y tú (y yo), como un bobo, embriagado, boquiabierto, con la vista clavada en la pantalla del móvil, tableta u ordenador, viendo y escuchando, una tras otra, las narraciones que va escupiendo el algoritmo. Si no es imposible, va a ser muy difícil que, tras una exposición prolongada, no recuperes (y yo) la fe. Y horas después de ver un carrusel de ejemplos, tu ánimo es otro, tu semblante es otro, y vuelves a creer. Si ellos han podido, el subtexto es: ¿por qué yo no?>

Elipsis.

Y si en un futuro vuelve a darse una situación de agobio parecida, no seas agorero; repite la fórmula. Y si hace falta, sube la apuesta (¡y el volumen!). Busca que los relatores de estas microhistorias sean estadounidenses, quienes son los mejores en muchas cosas, también en la de inyectarte una buena dosis de vigor. Ocultas sus explicaciones bajo el paraguas de uno de sus enunciados nacionales más célebres, debidamente encubierto, el del sueño americano (debidamente limado, pintado y barnizado por los mejores publicistas y por la mejor estrategia de márquetin de la historia), el Tío Sam te señalará como en el icónico e histórico cartel, y te convencerá de que puedes. Y los portavoces que lo cuenten no te mentirán; la verdad cruda, sin edulcorar. Dicho de distintos modos, el mensaje será inequívoco: si puedes soñarlo, puedes hacerlo… pero debes estar dispuesto a sacrificarte por completo. Yo, personalmente, percibo un trasfondo: o muere en el intento. 

Y si aun así eres tan necio como para no confiar, o tienes el ánimo tan machacado que no te haría reaccionar ni una descarga eléctrica en los genitales, afina los criterios de búsqueda. Y confía en el algoritmo, coño, que él sabe lo que hace, y vela por ti.

Parámetros de búsqueda:

  • Testimonios de éxito.
  • Personajes muy famosos.
  • Cualquiera que sea su color de piel menos blanco.
  • Recientes/actuales.
  • Difíciles de creer/ lo tenían todo en contra.
  • Mayores: lograron su éxito a una avanzada edad.
  • Contexto: un escenario solemne.

Clic.

Gala de los Óscar, por ejemplo. Discurso de agradecimiento tras recibir la codiciada estatuilla. Miembro perteneciente a alguna etnia denostada, o miembro de algún colectivo discriminado (o uno que empezó lustrando zapatos, o una que llegó a la ciudad con treinta y cinco dólares), sujetos que las pasaron canutas ya solo para sobrevivir, y por quien nadie daba un duro, ni él/ella mismo/a. Primer plano del galardonando, que alterna con primeros planos de familiares emocionados que se encuentran entre el público, en primera fila. Discurso no menos emotivo, conciso, elegante y elocuente, que parece sacado de un guion. Duración del fragmento en el punto exacto de cocción para que impacte sin hacerse pesado. ¡Si es que son unos genios!… Y ¡qué listo es el algoritmo! (Seguro que los han inventado ellos).

Escucha con atención, y dale a reproducir de nuevo las veces que haga falta. Visto. Reproducir una vez más. Visto. Otra. Y así hasta la saciedad. Hasta que te lo sepas de memoria, los ojos te supuren y el sueño te venza. Lo que haga falta.

¿Lo ves? Ya causa efecto. Si te lo tienen dicho: si puedes soñarlo…

¿Qué? ¿Acaso tú eres más desgraciado que ellos, tu realidad más aciaga? Venga, por favor, no seas dramático. ¿No te das cuenta de que hay casos extremos? ¿Acaso estás ciego? ¡Vamos! Si en comparación, tú eres un privilegiado…, ¿no?  

Todos empezaron, metafóricamente, con un simple ratón…

Y si no te sientes preparado, capacitado para comerte el mundo con esto, es que no eres de los nuestros… no estás hecho para triunfar.

Elipsis.

Pasan los meses. Estos se acumulan y conforman años.

¿Y si ni con esas? Y si no hay manera, no hay avances —e incluso hay retrocesos—, ya no sabes qué puerta tocar, ni qué objeto casero golpear, ni se te ocurren más creativas formas de llamar la atención, te planteas seriamente la posibilidad de trasladarte a vivir a un cajero, porque no hay dinero, y, con todo, dudas; te cuestionas de veras tu talento; tu elección; tu estado mental… Sientes el peso del esfuerzo vacuo sobre tus espaldas, y acabas cayendo en la desesperanza… temiendo que sea irreversible. Entonces, ¿qué?

¿Y si, además, la medicina ya no suerte efecto, ya eres inmune a esos lemas/lecciones/mantras, pues han perdido sus efectos mágicos? ¿Puede pasar? Sí, claro. Todo puede pasar en esta vida, en este mundo. ¿Sabes cuándo tu equipo pierde, y quieres entonces quemar todos los productos de los que con su escudo dispongas, o cuando una persona de confianza o querida te falla y quieres gritar de rabia e impotencia? ¿Sí? OK. Pues esto es parecido. Dejémoslo reposar; tomemos distancia. Sofoquemos la frustración, calmemos la ira. Y clausuremos el día. Buenas noches.

Y como dijo alguien (alguien tuvo que popularizarlo), mañana será otro día, ¿no?

Buenos días.

Y ya está. En efecto, mañana es otro día (eso no suele fallar), y lo vemos distinto. Venga, en marcha; ya pasó. Vamos. No seas pusilánime. No importan las cicatrices que acumules. Olvídalo y sigue. Nada está perdido.

A veces nuestro equipo pierde, pues perder formar parte del juego, y a veces las personas nos fallan, pues forma parte de la vida, ¿no?

La próxima vez nuestro equipo ganará, o una persona maravillosa y fiel aparecerá, ¿no?

Y, la próxima vez, nuestros sueños finalmente se materializarán, ¿no?

Haz una cosa. Remira vídeos cortos otra vez mientras tomas el café, y piensa en ello. Los que ya has visto o busca de nuevos. Joder, sí está plagado; siempre hay casos nuevos. Un día seremos nosotros, ¿no?

Si puedes soñarlo, puedes hacerlo, y todo empezó con un simple ratón.

¿No?

¡¿No?!

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Dylan D. Doe

Guionista. Articulista. Novelista. Superviviente.

"La derrota tiene algo positivo: nunca es definitiva.
En cambio, la victoria tiene algo negativo: jamás es definitva."
- José Saramago

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